http://cat.elpais.com/cat/2017/06/02/catalunya/1496425549_867124.html
Sobre las reflexiones anteriores se pueden extraer a su vez
diversas conclusiones. La primera podría ser que, en efecto, la presión de lo
que se llama “el Estado” no es perceptible en el día a día de muchos ciudadanos
de Cataluña y sólo ocasionalmente en lo relativo a impuestos, medios de
comunicación, etc. Esto es sin duda un síntoma de la normalidad democrática
alcanzada en el conjunto del “Estado” pues así decidieron organizarse las
distintas entidades del mismo mediante un estado de amplias autonomías donde lo
más cercano al ciudadano se decide desde las instituciones más cercanas. Esto
no es sólo una peculiaridad de los lugares de Cataluña, sino que se puede
sentir en cualquier rincón de Andalucía, Castilla, el País Vasco, Galicia, etc,
o incluso en cualquier pueblo de la Comunidad de Madrid. Como es normal, las
“secuelas” e impronta del estado son muy perceptibles en Madrid capital, como
también lo son mayores en Barcelona capital. Es más, se podrán encontrar más
“huellas” del “Estado” en Barcelona que en cualquier pueblo de la Comunidad de
Madrid.
Es una confusión recurrente definir la “poca presencia de Estado”
con la “poca presencia de España” y no está muy claro, o lo está demasiado, qué
se quiere decir con eso. La huella de España es también huella de Cataluña y
cualquier visitante de, por ejemplo, Berga puede sentir en cada rincón la
“españolidad” del lugar, ya que esto no es un concepto político sino uno
cultural y compartido con el resto de la Península Ibérica, mayormente España,
que se muestra en cualquiera de sus idiomas pero con un poso y una raíz común
que se muestran con fuerza en el día a día de cada persona, en su manera de
pensar, en el aspecto de sus pueblos o ciudades, que se muestra no a través de
símbolos sino a través de la esencia espiritual del pueblo. Ceñir todo esto a
símbolos y pensar que éstos pueden cambiar en algo la esencia de las gentes y
los lugares es pretencioso e infantil, como lo son las distintas guerras de
banderas que sólo polarizan sentimientos infantiles de frentismo.
Y por eso, volviendo a Berga, creo que uno
puede sentir toda la “españolidad” que allí se encierra, que esa “nueva
españolidad” también consiste en no ver símbolos del Estado en colegios ni
hospitales y plantearse “dónde está el Estado”. Quizá está así bien el
“Estado”, en otro nivel, si se dedica a la defensa de lo común en las
instituciones europeas y con la fuerza suficiente que da su dimensión tan poco
apreciable, por decisión de todos, desde una plaza de Berga.
https://elpais.com/elpais/2017/10/27/opinion/1509095112_649569.html
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